La Confitería del Molino: un viaje al pasado de un ícono porteño
Uno de los clásicos de la nostalgia porteña está abriendo sus puertas al ayer. La centenaria Confitería del Molino, cerrada desde 1997, está ofreciendo visitas guiadas para que el público redescubra la magia de este emblemático lugar. Cada martes, jueves y último sábado del mes, pequeños grupos pueden ingresar al edificio de estilo Art Nouveau declarado Monumento Histórico Nacional en 1997. Los recorridos, que ya tienen agotadas sus entradas para julio, permiten conectarse con un espacio que forma parte del ADN de Buenos Aires.
Rincones icónicos recuperados
Los visitantes acceden a sectores normalmente cerrados como los subsuelos donde se ubicaban las máquinas para la producción de facturas y tortas, las antiguas cocinas y la majestuosa azotea con vistas panorámicas de la ciudad. También se aprecian detalles arquitectónicos renovados como las escaleras de caracol y los imponentes vitrales. Estos ambientes evocan el servicio de cafetería y pastelería de autor que supo elevar a la confitería durante décadas, consolidándola como punto de encuentro predilecto hasta su clausura. Un nostálgico viaje a las entrañas de un ícono porteño.
Cada recorrido finaliza en el fastuoso salón principal, con sus columnas de mármol, arañas de luz y las icónicas puertas giratorias, donde los visitantes pueden tomar un café como broche final de la experiencia.
El aroma y el imponente entorno Art Nouveau transportan por un instante a la era dorada del lugar, que por casi 100 años fue escenario de tertulias, encuentros y debate. Un cierre emotivo para la visita que busca revivir una parte esencial del espíritu de Buenos Aires.
Confitería del Molino: ícono de una era dorada porteña
Ubicada en la emblemática esquina de Avenida Rivadavia y Avenida Callao, la Confitería del Molino es parte indivisible de la idiosincrasia de Buenos Aires. Su imponente edificio de estilo Art Nouveau y su legendaria pastelería la convirtieron en pilar de la cultura porteña por casi un siglo. Fue inaugurada en 1897 de la mano del inmigrante español Francisco Gascó, con un lujoso salón de té modelado según los cafés parisinos. Rápidamente se transformó en punto de encuentro predilecto para la elite porteña.
Su nombre proviene de los molinos que antiguamente poblaban la zona, utilizados para moler el trigo que luego se usaba en la elaboración de sus exquisitos productos de panadería y confitería.
Durante las primeras décadas del siglo XX, el Molino congregó a destacadas personalidades del ambiente político, intelectual y artístico, convirtiéndose en símbolo de la Belle Époque de Buenos Aires. Por sus mesas desfilaron presidentes, escritores, actores y músicos. Se destacaba por su elegante arquitectura, con mármoles italianos, escaleras de caracol, vitrales, arañas francesas y las icónicas puertas giratorias. Todo enmarcado en el estilo Art Nouveau tan en boga en esa época. En su cocina se crearon recetas que hoy son infaltables en cualquier mesa porteña, como el pastelete de dulce de leche, o el legendario postre Chocotorta. El té con masas de media tarde se convirtió en un ritual porteño.
Figuras como Gardel, Borges y Evita pasaron a formar parte de su historia. El Molino no solo marcó una época dorada de la ciudad, sino que se integró su esencia. Tras décadas de esplendor, los años 90 marcaron el declive del Molino, quedando en el olvido hasta su declaración como Monumento Histórico Nacional en 1997. Desde 2018 se encuentra en proceso de recuperación para devolverle su antiguo esplendor y reabrir sus puertas al futuro.
Su renovación permitirá a los porteños reencontrarse con un pedazo vivo de su memoria colectiva, y el esplendor de una epoca, atravesado por los fantasmas de una era dorada que aún conmueve el alma de la ciudad.
Restauración de Confiteria del Molino
Todo ha sido posible gracias a una meticulosa labor de restauración que buscó devolverle su antiguo esplendor. La arquitecta a cargo de la renovación, Nazarena Aparicio, recuerda sus primeras visitas al edificio como una aventura entre la oscuridad y el deterioro. Junto a su equipo, realizaron los relevamientos iniciales del lugar con linternas, descubriendo los secretos de su majestuosa arquitectura de la Belle Epoque. Estas exploraciones les permitieron conocer a fondo todos los recovecos y laberintos del Molino, antes de comenzar la titánica labor de restauración. Fue como descubrir una máquina del tiempo abandonada entre goteras y escombros.
Más que recuperar un edificio, la misión del equipo fue rescatar las historias y memorias de quienes compartieron momentos dentro
del Molino. Por eso, parte fundamental del proceso implica reunir fotografías antiguas,
objetos de la época y relatos de antiguos clientes. Así,
de a poco el alma del lugar va emergiendo, tanto o más valiosa que los
ladrillos y mármol.
Cada objeto, vitral o reloj recuperado ayuda a recomponer el corazón de este
sitio tan entrañable para los porteños.
Las visitas guiadas que ya han comenzado a realizarse permiten a los porteños reencontrarse con este pedazo de su historia antes de la ansiada reapertura total. Recorriendo sus impecables salones y la majestuosa confitería, por un instante es posible transportarse a aquella época dorada de tertulias interminables y sabores inolvidables. El legado del Molino trasciende su imponente arquitectura Art Nouveau. Son los ecos de un espíritu que definio una era de Buenos Aires, y que nuevamente hará latir el corazón de los porteños de todas las generaciones.
Luego de años de espera, el sueño de volver a tomar un café frente al Congreso o disfrutar de los legendarios pasteles se acerca cada vez más. El renacimiento de la Confitería del Molino abre la puerta a que nuevas generaciones descubran un pedazo invaluable de la ciudad. Y para quienes tuvieron el placer de conocerlo en todo su esplendor, será un reencuentro nostálgico con aquellos años dorados de juventud e inocencia perdidas. El Molino está listo para recobrar su título de corazón palpitante de Buenos Aires.
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